Buen día (Cuento Anarquista) (2 de 100: Alfajores Argentinos))

by Carlos Patinho on viernes, 11 de junio de 2010




Pido a los santos del cielo
que ayuden mi pensamiento;
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento.
Martín Fierro, de José Hernández
Novela gauchesca

Maritzia se sentaba como a cuatro bancas de distancia de mí, y siempre la veía yo, cuando apenas entrábamos a ese mundo extraño de la preparatoria, ella no era la primera que me hacía sentir, como dijera el emérito presidente: "ñañaras". Sin embargo algo en su mirada tenía ese efecto que todos conocemos, sin embargo no le daba yo mayor importancia, solo me estaba enamorando, pasaría y luego me enamoraría otra vez, de otra persona, pero Maritzia también sentía "ñañaras" por mí, cuando venía y me decía la gaucha: "Ché, Luisin, ¿que no me hacés un espacio para que me siente?" y movía sus cabellos oscuros así, y me veía con sus ojos oscuros así, y me hablaba con su voz así.

Pero era diferente, Maritzia sabía cosas, me hablaba y me embelesaba, cuando me hablaba de la anarquía su cuerpo casi reventaba de la emoción: "Al diablo el socialismo" me decía, "¡Que se joda Smith, lo mismo que Chavez!" y reventaba de orgullo su voz, y su blusa, yo no dejaba de verle la blusa, esa blusa sexy, su escote, aunque reducido, me hacía ensoñar despierto. Sin embargo, tardo yo, descubrí por fin que ella también era anarca, descubrí que ella amaba el canto y odiaba la guerra, las guerras, yo le hablé de los que habían poblado estas tierras, del Omeyocan, de Ometotl, la dualidad de la vida, el nombre sin hombre, y ella se emocionaba, y me decía que el estado anarquista era la solución, y yo le contaba de como gobernaba Quetzalcóatl entre los Toltecas, como gobernaba sin querer ser líder, dios, sacerdote o algo, sin más ambición que lograr el esplendor Tolteca, ella me oía, yo la oía, nos besábamos, nos abrazábamos.

Todo era demasiado bueno, unas tardes después de nuestros primeros besos, sin compromiso ni nada, me invito a su casa a comer, su madre prepararía la cena. Llegue a su casita en la colonia Roma, olía delicioso, verduras cocidas y carne asada ya desde la puerta, hice el toque de timbre.

—¿Luis, verdad?
—Si, señora
—Pasá por aca pibe, vamos a comer comida de la Argentina, si no te molestá, esperá un poco en la sala a Maritzia, me habla mucho de tí, y ya quería conocerte
—Si, señora
—Pero, vamos, Luisito, si tu me podés llamar, María, que no soy tu madre y no estoy tan vieja.
(Y no estaba tan vieja, era bella, casi tan bella como su hija, al verla sabía como sería Maritzia en unos cuantos años más, pero tenía algo que Maritzia no tenía: sus manos, sus manos no eran hermosas, ni feas, ni estaban en un termina medio entre lo feo y lo hermoso, si no en un punto entre el cielo y la tierra, eran deidad encerrada, nada malo podía salir de ellas, y cuando las acercó a las mías para saludarlas, no me sentí grato de tomar esas divinas manos y la dejé unos segundos esperando mis manos y al tocarlas eran tan volátiles, líquidas, suaves, firmes, y no las quería soltar, si las soltaba, el mundo desaparecía, si las soltaba, el tiempo moriría, si las soltaba, volvería a ser solo Güicho Monroy, no lo que era, sino Güicho Monroy, por que Güicho era el nombre que la gente me daba, pero al fin tuve que dejar ir las infinitas manos, y ninguno de mis temores se volvió terreno, volví al recibidor de la confortable casita, enfrente de la hermosa señora, y el tiempo no había pasado...)
—Bueno, pasa, que debo preparar la comida

Esperé en la sala unos brevísimos minutos hasta que bajó Maritzia, estaba más hermosa que nunca, con su vestido negro, largo, justo arriba de los tobillos, su chalina roja en el cuello, y unas alpargatas negras preciosas que asomaban el huesito precioso. Entonces comprendí, su madre era libertad, y magia, Maritzia era anarquía, las dos eran, otra vez, una dualidad: lo espiritual y lo terreno.

Esa tarde Maritzia me volvió a besar y en su boca sentí el ardor de mil pueblos, pueblos que esperan con fervor el día de su rebelión, el día en que triunfarán sobre los tres o cuatro hombres que los pisan, sentí el temor de las mujeres llevadas ante la partera para dar vida a travez de la suya, Anarquía y Libertad. Maritzia y María, Ometotl, Ying-Yang.

La comida fue deliciosa, como jamás la podremos probar fuera de casa de mi amada Maritzia: Carbonada en Zapallo, algo muy exquisito, un Zapallo es una Calabaza en tierras Mexicanas, a esta calabaza se le quita el relleno y se embarra con manteca y azúcar y se rellena con verduras y carnes. Acompañada de un gazpacho, y de postre nos invitó un matecito en la sala, y lo acompañó con alfajores.

Oh, que tarde tan preciosa, tan rica, luego de ella Maritzia y yo nos seguimos viendo, besando, amándonos espiritualmente, María se ha vuelto mi amor fraterno, la adoro, y le regalo, y con las dos me es grato compartir momentos de la vida, de mi vida sola, que transcurre en este cuarto en que vivo casi encerrado, pagándole sus doscientos pesos a Josefina por el hospedaje, lamentándome eternamente de la hora que salí del puerto para meterme en la ciudad maldita. Pero eternamente feliz de haberme enamorado de Maritza, de la anarquía, de la libertad, de la felicidad... Escribo abajo la receta de los alfajores que María me preparó en la primer comida que hicimos juntos en su casa:

Alfajores Argentinos:

Ingredientes:
250 g de manteca
150 g de azúcar

3 yemas
300 g de fécula de maíz
200 g de
Harina
½ cucharadita de bicarbonato de sodio
2 cucharaditas de polvo para hornear
Ralladura de 1 Limón
Dulce de Leche repostero (En México es fácil encontrar el de la Lechera [Ojo: Es Dulce de Leche, no leche condensada)
Coco seco rallado
Chocolate para baño

Modo de hacerse:

En un recipiente se bate la manteca, con el azúcar y ralladura de limón. Se le agrega las yemas una por y una y se mezcla. Por otro lado se cierne (o tamiza, como dice María) LA fécula de maíz, el harina, el bicarbonato y el polvo para hornear. Se incorpora a la primer mezcla la segunda mezcla hasta que se forme una masa lisa (sin grumos ni algo por el estilo, para llegar ahí hay batir y batir y batir) la masa lisa se estira hasta que tengo como 5 milímetros de espesor aproximadamente y cortar discos hasta agotar la masa. Los discos se ponen en una charola para hornear con papel encerado, o mantequilla y harina, o solo harina, o PAM, etc... en un horno moderado 100 -180°C hasta que se doren muy poco. Se sacan del horno y se dejan enfriar, ya fríos se le pone el dulce de leche a un disco y se cubre con otro hasta agotar (el dulce, las galletas, la paciencia o lo que sea) Cuidando de dejar un borde de dulce de leche, en este punto el borde de dulce de leche se hace girar sobre el coco rallado, se cubren con el chocolate y se vuelven a espolvorear con un poco de coco rallado.

De reserva / reversa:

"Acuden a mi mente, recuerdos de otros tiempos
de los bellos momentos, que antaño disfruté
cerquita de mi madre, santa viejita
y de mi noviecita, que tanto idolatré..."

Carlos Gardel, "Adiós Muchachos"


En la foto: Errico Malatesta